lunes, 2 de abril de 2012

SEMANA SANTA


SEMANA SANTA

Ya empiezan a sonar los primeros sones de la banda de música, ya asoma por la puerta de mi capilla la manigueta, señal de que el paso está asomándose a la calle, ya hace rato que la cruz de guía paso a mi lado y la especial y única fragancia de incienso recorre la calle y me traslada a esa época, no hace tanto, que de la mano de mi abuelo nos emocionábamos viendo a mi hermandad, a nuestra hermandad, bendiciéndonos a su paso.

Ya sale, ya está fuera, veo asomarse la mano de mi virgen, temblorosa pero firme a la luz del día y, casi sin darme cuenta ahí está, es ella, mi Virgen, la madre de todos nosotros, la que nos ayuda y nos socorre cuando la necesitamos, la que nunca se cansa de escucharnos y la que nunca nos abandona, ella que ha acompañado al cielo a tantos seres queridos que ahora recuerdo, ella ya esta en la calle con los suyos.

Al ritmo señorial del himno español empieza a virar el paso llevado por los costaleros, la luz de esta mañana entra por el palio e ilumina su cara haciendo brillar sus dolorosas lagrimas que ella derrama por todos nosotros, el cielo despejado ayuda a que la Virgen esté más bonita que nunca y ese rostrillo blanco, puesto con cariño y amor por los suyos, la hacen brillar, más si cabe, con luz propia.

El son de los costaleros la traen hacia donde yo estoy, parece que camina, paso a paso mi Virgen viene hacia mi y aumenta mi pellizco en el estomago, un aire frío por la espalda hace que se me erice la piel y que mi cabeza se llene de recuerdos y plegarias, mi mente y mi corazón piden perdón en silencio por todo lo que sé que está mal, pero las lagrimas que de mi florecen me hacen entender que ella me perdona y que ella esta ahí, frente a mi, perdonándome y acompañándome en esta vida que cada día doy gracias por vivir. Sus ojos me miran y mi cuerpo se estremece de emoción al contemplarla tan de cerca, parece que me habla y en efecto así es, siento como me consuela y me dicen que los míos, los que se me han ido están bien y me acompañan día a día. Con tanta gente que nos rodea parece que estamos solos, ella y yo, sin nadie más, ese momento no lo cambio por nada, ese momento es sólo nuestro.

Empieza a alejarse lentamente, doy gracias a Dios por haberla visto otro año más en la calle y pido salud para poder verla de nuevo el año que viene, contengo mis ganas de gritarle a sus costaleros que no se la lleven, que la aguanten un poco más cerca mía, pero no me sale ni la voz, las lagrimas me mantienen en silencio.


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